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Rimas de Bécquer (XII-XXX)

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Segunda parte de las Rimas de Bécquer. 

 

Rimas XIII-XXX

 

I
 

XIII

          Tu pupila es azul, y cuando ríes,
          su claridad suave me recuerda
          el trémulo fulgor de la mañana
          que en el mar se refleja.

          Tu pupila es azul, y cuando lloras,
          las transparentes lágrimas en ella
          se me figuran gotas de rocío
          sobre una violeta.

          Tu pupila es azul, y si en su fondo
          como un punto de luz radia una idea
          me parece, en el cielo de la tarde,
          ¡una perdida estrella!
 

Arriba

 

XIV

   Te vi un punto, y, flotando ante mis ojos,
la imagen de tus ojos se quedó,
como la mancha obscura, orlada en el fuego,
que flota y ciega si se mira al sol.

Adondequiera que la vista fijo,
torno a ver tus pupilas llamear;
mas no te encuentro a ti; que es tu mirada:
unos ojos, los tuyos, nada más.

De mi alcoba en el ángulo los miro
desasidos fantásticos lucir;
cuando duermo los siento que se ciernen
de par en par abiertos sobre mí.

Yo sé que hay fuegos faustos que en la noche
llevan al caminante a perecer:
yo me siento arrastrado por mis ojos
pero a donde me arrastran, no lo sé.
 


XV

Cendal flotante de leve bruma,
rizada cinta de blanca espuma,
 rumor sonoro
 de arpa de oro,
beso del aura, onda de luz,
 eso eres tú.

Tú, sombra aérea que cuantas veces
voy a tocarte, te desvaneces
como la llama, como el sonido,
como la niebla, como un gemido
 del lago azul.

En mar sin playas onda sonante,
en el vacío cometa errante,
 largo lamento.

Del ronco viento,
ansia perpetua de algo mejor,
Eso soy yo.

¡Yo, que a tus ojos, en mi agonía
los ojos vuelvo de noche y día
yo, que incansable como demente
tras una sombra, tras la hija ardiente
 de una visión!
 

Arriba

 

XVI

Si al mecer las azules campanillas
    de tu balcón,
crees que suspirando pasa el viento
    murmurador,
sabe que, oculto entre las verdes hojas,
    suspiro yo.

Si al resonar confuso a tus espaldas
    vago rumor,
crees que por tu nombre te ha llamado
    lejana voz,
sabe que, entre las sombras que te cercan
    te llamo yo.

Si se turba medroso en la alta noche
    tu corazón,
al sentir en tus labios un aliento
    abrasador,
sabe que, aunque invisible, al lado tuyo
    respiro yo.
 

XVII

Hoy la tierra y los cielos me sonríen;
hoy llega al fondo de mi alma el sol;
hoy la he visto.., la he visto y me ha mirado...
      ¡Hoy creo en Dios!
 


XVIII

Fatigada del baile,
encendido el color, breve el aliento,
    apoyada en mi brazo,
del salón se detuvo en un extremo

    Entre la leve gasa
que levantaba el palpitante seno,
una flor se mecía
en compasado y dulce movimiento.

    Como cuna de nácar
que empuja al mar y que acaricia el céfiro
    tal vez allí dormía
al soplo de sus labios entreabiertos.

    ¡Oh! ¡Quién así, pensaba,
dejar pudiera deslizarse el tiempo!
    ¡Oh, si las flores duermen,
    qué dulcísimo sueño!
 

XIX

Cuando sobre el pecho inclinas
la melancólica frente,
una azucena tronchada
me preces.

Porque al darte la pureza,
de que es símbolo celeste,
como a ella te hizo Dios
de oro y de nieve.
 


XX

Sabe, si alguna vez tus labios rojos
quema invisible atmósfera abrasada,
que al alma que hablar puede con los ojos,
también puede besar con la mirada.

XXI

¿Qué es poesía?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
¿Que es poesía?, Y tú me lo preguntas?
          Poesía... eres tú.
 

XII

¿Cómo vive esa rosa que has prendido
     junto a tu corazón?
Nunca hasta ahora contemple en la tierra
    sobre el volcán la flor.
 

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XXIII

       Por una mirada, un mundo,
       por una sonrisa, un cielo,
       por un beso... ¡yo no sé
       que te diera por un beso!
 

XXIV

          Dos rojas lenguas de fuego
          que a un mismo tronco enlazadas
          se aproximan, y al besarse
          forman una sola llama.

          Dos notas que del laúd
          a un tiempo la mano arranca,
          y en el espacio se encuentran
          y armoniosas se abrazan.

          Dos olas que vienen juntas
          a morir sobre una playa
          y que al romper se coronan
          con un penacho de plata.

          Dos jirones de vapor
          que del lago se levantan,
          y al reunirse en el cielo
          forman una nube blanca.

          Dos ideas que al par brotan,
          dos besos que a un tiempo estallan,
          dos ecos que se confunden,
          eso son nuestras dos almas.


XXV

   Cuando en la noche te envuelven
    las alas de tul del sueño
    y tus tendidas pestañas
    semejan arcos de ébano,
    por escuchar los latidos
    de tu corazón inquieto
    y reclinar tu dormida
    cabeza sobre mi pecho,
        diera, alma mía,
        cuanto poseo,
        la luz, el aire
        y el pensamiento!

    Cuanto se clavan tus ojos
    en un invisible objeto
    y tus labios ilumina
    de una sonrisa el reflejo,
    por leer sobre tu frente
    el callado pensamiento
    que pasa como la nube
    del mar sobre el ancho espejo,
        diera, alma mía,
        cuanto deseo,
        la fama, el oro,
        la gloria, el genio!

    Cuanto enmudece tu lengua
    y se apresura tu aliento
    y tus mejillas se encienden
    y entornas tus ojos negros,
    por ver entre sus pestañas
    brillar con húmedo fuego
    la ardiente chispa que brota
    del volcán de los deseos,
        diera, alma mía,
        por cuanto espero,
        la fe, el espíritu,
        la tierra, el cielo.
 


XXVI

Voy contra mi interés al confesarlo;
     no obstante, amada mía,
pienso cual tú que una oda solo es buena
de un billete del banco al dorso escrita.
No faltará algún necio que al oírlo
se haga cruces y diga:
Mujer al fin del siglo diez y nueve
material y prosaica... ¡Boberías!
¡Voces que hacen correr cuatro poetas
que en invierno se embozan con la lira!
¡Ladridos de los perros a la luna!
Tú sabes y yo se que en esta vida,
con genio es muy contado el que la escribe,
y con oro cualquiera hace poesía.
 

XXVII

    Despierta, tiemblo al mirarte:
    dormida, me atrevo a verte;
    por eso, alma de mi alma,
    yo velo cuando tú duermes.

    Despierta, ríes y al reír tus labios
        inquietos me parecen
    relámpagos de grana que serpean
        sobre un cielo de nieve.

    Dormida, los extremos de tu boca
        pliega sonrisa leve,
    suave como el rastro luminoso
        que deja en sol que muere.
        "Duerme!"
 
    Despierta miras y al mirar tus ojos
        húmedos resplandecen,
    como la onda azul en cuya cresta
        chispeando el sol hiere.

    Al través de tus párpados, dormida;
        tranquilo fulgor vierten
    cual derrama de luz templado rayo
        lámpara transparente.
        "Duerme!"

    Despierta hablas, y al hablar vibrantes
        tus palabras parecen
    lluvia de perlas que en dorada copa
        se derrama a torrentes.

    Dormida, en el murmullo de tu aliento
        acompasado y tenue,
    escucho yo un poema que mi alma
        enamorada entiende.
        "Duerme!"

    Sobre el corazón la mano
    me he puesto porque no suene
    su latido y en la noche
    turbe la calma solemne:
 
    De tu balcón las persianas
    cerré ya porque no entre
    el resplandor enojoso
    de la aurora y te despierte.
        "Duerme!"
 
 

Arriba

 

XVIII

          Cuando entre la sombra oscura
          perdida una voz murmura
          turbando su triste calma,
          si en el fondo de mi alma
          la oigo dulce resonar,
          dime: ¿es que el viento en sus giros
          se queja, o que tus suspiros
          me hablan de amor al pasar?

          Cuando el sol en mi ventana
          rojo brilla a la mañana
          y mi amor tu sombra evoca,
          si en mi boca de otra boca
          sentir creo la impresión,
          dime: ¿es que ciego deliro,
          o que un beso en un suspiro
          me envía tu corazón?

          Y en el luminoso día
          y en la alta noche sombría,
          si en todo cuanto rodea
          al alma que te desea
          te creo sentir y ver,
          dime: ¿es que toco y respiro
          soñando, o que en un suspiro
          me das tu aliento a beber?


XXIX

Sobre la falda tenía
     el libro abierto,
en mi mejilla tocaban
        sus rizos negros:
no veíamos las letras
          ninguno, creo,
mas guardábamos entrambos
          hondo silencio.

¿Cuánto duró? Ni aun entonces
          pude saberlo;
sólo se que no se oía
          más que el aliento,
que apresurado escapaba
          del labio seco.
Sólo sé que nos volvimos
los dos a un tiempo
y nuestros ojos se hallaron
      y sonó un beso.

Creación de Dante era el libro,
          era su Infierno.

Cuando a él bajamos los ojos
          yo dije trémulo:
"¿Comprendes ya que un poema
          cabe en un verso?"
Y ella respondió encendida:
          "¡Ya lo comprendo!"
 

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XXX

    Asomaba a sus ojos una lágrima
    y a mis labios una frase de perdón...
    habló el orgullo y se enjugó su llanto,
    y la frase en mis labios expiró.

    Yo voy por un camino, ella por otro;
    pero al pensar en nuestro mutuo amor,
    yo digo aún: "¿Por que callé aquél día?"
    y ella dirá. "¿Por qué no lloré yo?"


 

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