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Libro de Buen Amor

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Selección de textos de Juan Ruiz, arcipreste de Hita, pertenecientes a su Libro de Buen Amor.

 

 Juan Ruiz: Libro de Buen Amor

Prólogo
Disputa del Romano y el griego
Aristóteles dijo...
Consejos de Don Amor
    Condiciones que ha de tener la mujer para ser bella
    Necesidad de una vieja mensajera y condiciones que ésta ha de tener.
    Historia de Pitas Payas
Serrana de Malangosto
La serrana fea, Aldara, de Tablada

 

 

 



 

Pero, como es humano pecar, si algunos -lo cual no aconsejo- desean usar del loco amor, aquí hallarán algunas maneras para ello. Y así, este libro mío, a todo hombre o mujer, al sensato y al insensato, puede decir: Intellectum tibi dabo, etc. Pero ruego y aconsejo a quien lo oyere y lo viere, que guarde bien estos tres asuntos del alma: lo primero, que entienda y juzgue bien mi intención, y el sentido de lo que digo, sin quedarse en el sonido feo de las palabras; pues, según es recto pensar, las palabras están al servicio de la intención, y no la intención al de las palabras. Y Dios sabe que mi intención no fue ni incitar al pecado ni expresarme con ligereza, sino la de ofrecer ejemplo de buenas costumbres y avisos para la salvación... (Prólogo)

 

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Disputa del Romano y el griego

 

Palabras son de sabio y díjolo Catón:
el hombre, entre las penas que tiene el corazón,
debe mezclar placeres y alegrar su razón,
pues las muchas tristezas mucho pecado son.

Como de cosas serias nadie puede reír,
algunos chistecillos tendré que introducir;
cada vez que los oigas no quieras discutir
a no ser en manera de trovar y decir.

Entiende bien mis dichos y medita su esencia
no me pase contigo lo que al doctor de Grecia
con el truhán romano de tan poca sapiencia,
cuando Roma pidió a los griegos su ciencia.

Así ocurrió que Roma de leyes carecía,
pidióselas a Grecia, que buenas las tenía.
Respondieron los griegos que no las merecía
ni había de entenderlas, ya que nada sabía.

Pero, si las quería para de ellas usar,
con los sabios de Grecia debería tratar,
mostrar si las comprende y merece lograr;
esta respuesta hermosa daban por se excusar.

Los romanos mostraron en seguida su agrado;
la disputa aceptaron en contrato firmado,
mas, como no entendían idioma desusado,
pidieron dialogar por señas de letrado.

Fijaron una fecha para ir a contender;
los romanos se afligen, no sabiendo qué hacer,
pues, al no ser letrados, no podrán entender
a los griegos doctores y su mucho saber.

Estando en esta cuita, sugirió un ciudadano
tomar para el certamen a un bellaco romano
que, como Dios quisiera, señales con la mano
hiciera en la disputa y fue consejo sano.

A un gran bellaco astuto se apresuran a ir
y le dicen: -"Con Grecia hemos de discutir;
por disputar por señas, lo que quieras pedir
te daremos, si sabes de este trance salir".

Vistiéronle muy ricos paños de gran valía
cual si fuese doctor en la filosofía.
Dijo desde un sitial, con bravuconería:
"Ya pueden venir griegos con su sabiduría".

Entonces llegó un griego, doctor muy esmerado,
famoso entre los griegos, entre todos loado;
subió en otro sitial, todo  el pueblo juntado.
Comenzaron sus señas, como era lo tratado.

El griego, reposado, se levantó a mostrar
un dedo, el que tenemos más cerca del pulgar,
y luego se sentó en el mismo lugar.
Levantóse el bigardo, frunce el ceño al mirar.

Mostró luego tres dedos hacia el griego tendidos
el pulgar y otros dos con aquél recogidos
a manera de arpón, los otros encogidos.
Sientáse luego el necio, mirando sus vestidos.

Levantándose el griego, tendió la palma llana
y volvióse a sentar, tranquila su alma sana;
levántase el bellaco con fantasía vana,
mostró el puño cerrado, de pelea con gana.

Ante todos los suyos opina el sabio griego:
"Merecen los romanos la ley, no se la niego."
Levantáronse todos con paz y con sosiego,
¡gran honra tuvo Roma por un vil andariego!

Preguntaron al griego qué fue lo discutido
y lo que aquel romano le había respondido:
"Afirmé que hay un Dios y el romano entendido
tres en uno, me dijo, con su signo seguido.

"Yo: que en la mano tiene todo a su voluntad;
él: que domina al mundo su poder, y es verdad.
Si saben comprender la Santa Trinidad,
de las leyes merecen tener seguridad."

Preguntan al bellaco por su interpretación:
"Echarme un ojo fuera, tal era su intención
al enseñar un dedo, y con indignación
le respondí airado, con determinación,

que yo le quebraría, delante de las gentes,
con dos dedos los ojos, con el pulgar  los dientes.
Dijo él que su yo no le paraba mientes,
a palmadas pondría mis orejas calientes.

"Entonces hice seña de darle una puñada
que ni en toda su vida la vería vengada;
cuando vio la pelea tan mal aparejada
no siguió amenazando a quien no teme nada".

Por eso afirma el dicho de aquella vieja ardida
que no hay mala palabra si no es a mal tenida,
toda frase es bien dicha cuando es bien entendida.
entiende bien mi libro, tendrás buena guarida.
 
 

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De cómo, por naturaleza, humanos y animales desean la compañía del sexo contrario, y cómo se enamoró el Arcipreste

 

Aristóteles dijo, y es cosa verdadera,
que el hombre por dos cosas trabaja: la primera,
por el sustentamiento, y la segunda era
por conseguir unión con hembra placentera.

Si lo dijera yo, se podría tachar,
mas lo dice un filósofo, no se me ha de culpar.
De lo que dice el sabio no debemos dudar,
pues con hechos se prueba su sabio razonar.

Que dice verdad el sabio claramente se prueba;
hombres, aves y todo animal de cueva
desea, por natura, siempre compañía nueva
y mucho más el hombre que otro ser que se mueva.

Digo que más el hombre, pues otras criaturas
tan sólo en una época se juntan, por natura;
el hombre, en todo tiempo, sin seso y sin mesura,
siempre que quiere y puede hacer esa locura.

Prefiere el fuego estar guardado entre ceniza,
pues antes se consume cuanto más se le atiza;
el hombre, cuando peca, bien ve que se desliza,
mas por naturaleza en el mal profundiza.

Yo, como soy humano y, por tal, pecador,
sentí por las mujeres, a veces, gran amor.
Que probemos las cosas no siempre es lo peor;
el bien y el mal sabed y escoged lo mejor.

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 Consejos de don Amor

Condiciones que ha de tener la mujer para ser bella

 

 

Si leyeres a Ovidio que por mí fue educado,
hallarás en él cuentos que yo le hube mostrado,
y muy buenas maneras para el enamorado;
Pánfilo, cual Nasón, por mí fue amaestrado.

Si quieres amar dueñas o a cualquier mujer
muchas cosas tendrás primero que aprender
para que ella te quiera en amor acoger.
Primeramente, mira qué mujer escoger.

Busca mujer hermosa, atractiva y lozana,
que no sea muy alta pero tampoco enana;
si pudieras,  no quieras amar mujer villana,
pues de amor nada sabe, palurda y chabacana.

Busca mujer esbelta, de cabeza pequeña,
cabellos amarillo no teñidos de alheña;
las cejas apartadas, largas, altas, en peña;
ancheta de caderas, ésta es talla de dueña.

Ojos grandes, hermosos, expresivos, lucientes
 y con largas pestañas, bien claras y rientes;
las orejas pequeñas, delgadas; para mientes
si tiene el cuello alto, así gusta a las gentes.

La nariz afilada, los dientes menudillos,
iguales y muy blancos, un poco apartadillos,
las encías bermejas, los dientes agudillos,
los labios de su boca bermejos, angostillos.

La su boca pequeña, así, de buena guisa
su cara sea blanca, sin vello, clara y lisa,
conviene que la veas primero sin camisa
pues la forma del cuerpo te dirá: ¡esto aguisa!

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Necesidad de una vieja mensajera y condiciones que ésta ha de tener

 

 

Si le envías recados, sea tu embajadora
una parienta tuya; no sea servidora
de tu dama y así  no te será traidora:
todo aquel que mal casa, después su mal deplora.

Procura cuanto puedas que la tu mensajera
sea razonadora sutil y lisonjera,
sepa mentir con gracia y seguir la carrera
pues más hierve la olla  bajo la tapadera.

Si parienta no tienes, toma una de las viejas
que andan por las iglesias y saben de callejas;
con gran rosario al cuello saben muchas consejas,
con llanto de Moisés encantan las orejas.

Estas pavas ladinas son de gran eficacia,
plazas y callejuelas recorren con audacia,
a Dios alzan rosarios, gimiendo su desgracia;
¡ay! ¡las pícaras tratan el mal con perspicacia!

Toma vieja que tenga oficio de herbolera
que va de casa en casa sirviendo de partera
con polvos, con afeites y con su alcoholera
 mal de ojo hará a la moza, causará su ceguera.

Procura mensajera de esas negras pacatas
que tratan mucho a frailes, a monjas y beatas,
son grandes andariegas, merecen sus zapatas:
esas trotaconventos hacen muchas contratas.

Donde están tales viejas todo se ha de alegrar,
pocas mujeres pueden a su mano escapar;
para que no te mientan las debes halagar
pues tal encanto usan que  saben engañar.

De todas esas viejas escoge la mejor,
dile que no te mienta, trátala con amor,
que hasta la mala bestia vende el buen corredor
y mucha mala ropa cubre el buen cobertor.

Si dice que tu dama no tiene miembros grandes,
ni los brazos delgados, luego tú le demandes
si tienes pechos chicos; si dice sí, demandes
por su figura toda, y así seguro andes.

Si tiene los sobacos un poquillo mojados
y tiene chicas piernas y largos los costados,
ancheta de caderas, pies chicos, arqueados,
¡tal mujer no se encuentra en todos los mercados!

En la cama muy loca, en la casa muy cuerda;
no olvides tal mujer, su ventajas acuerda.
Esto que te aconsejo con Ovidio concuerda,
y para ello hace falta mensajera no lerda.

Hay tres cosas que tengo miedo de descubrir,
son faltas muy ocultas, de indiscreto decir:
de ellas, muy pocas mujeres pueden con bien salir,
cuando yo las menciones se echarán a reír.

Guárdate bien que no sea vellosa ni barbuda
¡el demonio se lleve a la pecosa velluda!
Si tiene mano chica, delgada o voz aguda,
a tal mujer el hombre de buen seso la muda.

Le harás una pregunta como última cuestión:
si tiene el genio alegre y ardiente el corazón;
si no duda, si pide de todo la razón
si al hombre dice sí, merece tu pasión.
 

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Historia de Pitas Payas

 

No abandones tu dama, no dejes que esté quieta:
siempre requieren uso mujer, molino y huerta;
no quieren en su casa pasar días de fiesta,
no quieren el olvido; cosa probada y cierta.

Es cosa bien segura: molino andando gana,
huerta mejor labrada da la mejor manzana,
mujer muy requerida anda siempre lozana.
Con estas tres verdades no obrarás cosa vana.

Dejó uno a su mujer (te contaré la hazaña;
si la estimas en poco, cuéntame otra tamaña).
Era don Pitas Payas un pintor en Bretaña;
casó con mujer joven que amaba la compaña.

Antes del mes cumplido dijo él: -Señora mía,
a Flandes volo ir, regalos portaría
Dijo ella: -Monseñer, escoged vos el día,
mas no olvidéis la casa ni la persona mía.

Dijo don Pitas Payas. -Dueña de la hermosura,
yo volo en vuestro cuerpo pintar una figura
para que ella os impida hacer cualquier locura.
Contestó: -Monseñer, haced vuestra mesura.

Pintó bajo su ombligo un pequeño cordero
y marchó Pitas Payas cual nuevo mercadero;
estuvo allá dos años, no fue azar pasajero.
Cada mes a la dama parece un año entero.

Hacía poco tiempo que ella estaba casada,
había con su esposo hecho poca morada;
un amigo tomó y estuvo acompañada;
deshízose el cordero, ya de él no queda nada.

Cuando supo la dama que venía el pintor,
muy de prisa llamó a su nuevo amador;
dijo que le pintase cual supiera mejor,
en aquel lugar mismo un cordero menor.

Pero con la gran prisa pintó un señor carnero,
cumplido de cabeza, con todo un buen apero
Luego,  al siguiente día, vino allí un mensajero:
que ya  don Pitas Payas llegaría ligero.

 Cuando al fin el pintor de Flandes fue venido,
su mujer, desdeñosa, fría le ha recibido:
cuando ya en su mansión con ella se ha metido
 la figura que pintara no ha echado en olvido.

Dijo don Pitas Payas: -Madona, perdonad,
mostradme la figura y tengamos solaz
-Monseñer -dijo ella- vos mismo la mirad:
 todo lo que quisieres hacer, hacedlo audaz.

Miró don Pitas Payas el sabido lugar
y vio aquel gran carnero con armas de prestar.
 -¿Cómo, madona, es esto? ¿Cómo puede pasar
 que yo pintar corder y encuentro este manjar?

Como en estas razones es siempre la mujer
sutil y mal sabida, dijo: -¿Qué, monseñer?
¿Petit corder, dos años no se ha de hacer carner?
Si no tardaseis tanto aún sería corder.

Por tanto, ten cuidado, no abandones la pieza,
no seas Pitas Payas, para otro no se cueza;
Incita a la mujer con gran delicadeza
y si promete al fin, guárdate de tibieza.

 

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Serrana de Malangosto

 

Pasando yo una mañana
el puerto de Malangosto
asaltóme una serrana
tan pronto asomé mi rostro.
-Desgraciado, ¿dónde andas?
¿Qué buscas o qué demandas
por aqueste puerto angosto?

Contesté yo a sus preguntas:
-Me voy para Sotos Albos.
Dijo: -¡El pecado barruntas
con esos aires tan bravos¡
Por aquesta encrucijada
que yo tengo bien guardada,
no pasan los hombres salvos.

Plantóseme en el sendero
la sarnosa, ruin y fea,
dijo: -¡Por mi fe, escudero!,
aquí me estaré yo queda;
hasta que algo me prometas,
 por mucho que tú arremetas,
 no pasarás la vereda.

 Díjele: -¡Por Dios, vaquera,
no me estorbes la jornada;
deja libre la carrera;
para ti no traje nada.
 Me repuso: -Entonces torna,
por Somosierra trastorna,
que aquí no tendrás posada.

Y la Chata endiablada
¡que San Julián la confunda!
arrojóme la cayada.
Y, volteando su honda,
dijo afinando el pedrero:
-¡Por el Padre verdadero
tú me pagas hoy la ronda!

Nieve había, granizaba;
hablóme la Chata luego
y hablando me amenazaba:
-Paga, o ya verás el juego!
Dije yo: -Por Dios, hermosa,
deciros quiero una cosa,
pero sea junto al fuego!

 -Yo te llevaré a mi casa
y te mostraré el camino,
encenderé fuego y brasa
y te daré pan y vino.
Pero, ¡a fe!, prométeme algo
y te tendré por hidalgo.
¡Buena mañana te vino!

Yo, con miedo y arrecido,
le prometí un garnacha
y ofreció, para el vestido,
un prendedor y una plancha.
Dijo:-Yo doy más, amigo.
¡Anda acá, vente conmigo,
no tengas miedo a la escarcha!

Cogióme fuerte la mano
y en su pescuezo la puso;
como algún zurrón liviano
llevóme la cuesta ayuso.
-Desgraciado, no te espantes
que bien te daré que yantes
como es en la tierra uso

Me hizo entrar mucha aína
en su venta con henoto
y me dio hoguera de encina
mucho conejo de Soto
buenas perdices asadas
hogazas mal amasadas
y buena carne de choto.

De vino bueno un cuartero,
manteca de vacas, mucha,
mucho queso de ahumadero,
leche, natas y una trucha;
después me dijo: -¡Hadeduro
 comamos de este pan duro,
luego haremos una lucha.

Cuando el tiempo fue pasando
fuime desentumeciendo;
como me iba calentando
así me iba sonriendo.
Observóme la pastora;
dijo:-Compañero, ahora
creo que voy entendiendo.

La vaqueriza, traviesa,
dijo: -Luchemos un rato
levántate ya, de priesa;
quítate de encima el hato.
¡Por la muñeca me priso,
tuve que hacer cuanto quiso:
¡creo que me fue barato !


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La serrana fea, Aldara, de Tablada 

 

Hace siempre mal tiempo en la sierra y en la altura,
o nieva o está helando, no hay jamás calentura;
en lo alto del puerto sopla ventisca dura,
viento con gran helada, rocío y gran friura.

Como el hombre no siente tanto frío si corre,
corrí la cuesta abajo, mas, si apedreas torre,
te cae la piedra encima, antes que salgas horre.
Yo dije: -Estoy perdido, si Dios no me socorre.

Desde que yo nací no pasé tal peligro:
llegando al pie del puerto me encontré con un vestiglo
el más grande fantasma que se ha visto en el siglo,
yegüeriza membruda, talle de mal ceñiglo.

Con la cuita del frío y de la gran helada,
le rogué que aquel día me otorgase posada.
Díjome que lo haría si le fuese pagada;
di las gracias a Dios, nos fuimos a Tablada.

Sus miembros y su talle no son para callar,
me podéis creer, era gran yegua caballar;
quien con ella luchase mal se habría de hallar,
si ella no quiere, nunca la podrán derribar.

En el Apocalipsis, San Juan Evangelista
no vio una tal figura, de tan horrible vista;
a muchos costaría gran lucha su conquista,
¡no sé de qué diablo tal fantasma es bienquista!

Tenía la cabeza mucho grande y sin guisa,
cabellos cortos, negros, como corneja lisa,
ojos hundidos, rojos; ve poco y mal divisa;
mayor es que de osa su huella, cuando pisa.

Las orejas, mayores que las del añal borrico,
el su pescuezo, negro, ancho, velludo, chico,
las narices muy gordas, largas, de zarapico,
¡sorbería bien pronto un caudal de hombre rico!

Su boca es de alano, grandes labios muy gordos,
dientes anchos y largos, caballunos, moxmordos;
sus cejas eran anchas y más negras que tordos.
¡Los que quieran casarse, procuren no estar sordos!

Mayores que las mías tiene sus negras barbas;
yo no vi más en ella, pero si más escarbas,
hallarás, según creo, lugar de bromas largas,
aunque más te valdrá trillar en las tus parvas.

Mas en verdad yo pude ver hasta la rodilla,
los huesos mucho grandes, zanca no chiquitilla;
de cabrillas del fuego una gran manadilla,
sus tobillos, mayores que los de una añal novilla.

Más anchas que mi mano tiene la su muñeca,
velluda, pelos grandes y que nunca está seca;
voz profunda y gangosa que al hombre da jaqueca,
tardía, enronquecida, muy destemplada y hueca.

Es su dedo meñique mayor que mi pulgar,
son los dedos mayores que puedes encontrar,
que, si algún día ella te quiere espulgar,
dañarán tu cabeça cual vigas de lagar.

Tenía en el justillo las sus tetas colgadas,
dábanle en la cintura porque estaban dobladas,
que, de no estar sujetas, diéranle en las ijadas;
de la cítara al son bailan, aún no enseñadas.

Costillas muy marcadas en su negro costado,
tres veces las conté, mirando acobardado.
Ya no vi más, te digo, ni te será contado,
porque mozo chismoso no hace bien el recado.

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