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Marzo 2006

GIACOMO CASANOVA ACEPTA EL CARGO DE BIBLIOTECARIO QUE LE OFRECE, EN BOHEMIA, EL CONDE DE WALDSTEIN


Escuchadme, Señor, tengo los miembros tristes.
Con la Revolución Francesa van muriendo
mis escasos amigos. Miradme, he recorrido
los países del mundo, las cárceles del mundo,
los lechos, los jardines, los mares, los conventos,
y he visto que no aceptan mi buena voluntad.
Fui abad entre los muros de Roma y era hermoso
ser soldado en las noches ardientes de Corfú.
A veces, he sonado un poco el violín
y vos sabéis, Señor, cómo trema Venecia
con la música y arden las islas y las cúpulas.
Escuchadme, Señor, de Madrid a Moscú
he viajado en vano, me persiguen los lobos
del Santo Oficio, llevo un huracán de lenguas
detrás de mi persona, de lenguas venenosas.
Y yo sólo deseo salvar mi claridad,
sonreír a la luz de cada nuevo día,
mostrar mi firme horror a todo lo que muere.
Señor, aquí me quedo en vuestra biblioteca,
traduzco a Homero, escribo de mis días de entonces,
sueño con los serrallos azules de Estambul.


                  Antonio Colinas: Sepulcro en Tarquinia, 1976 

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Diciembre2005-febrero 2006

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·     CONTRA JAIME GIL DE BIEDMA

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De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,
dejar atrás un sótano más negro
que mi reputación —y ya es decir—,
poner visillos blancos
y tomar criada,
renunciar a la vida de bohemio,
si vienes luego tú, pelmazo,
embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes,
zángano de colmena, inútil, cacaseno,
con tus manos lavadas,
a comer en mi plato y a ensuciar la casa?

Te acompañan las barras de los bares
últimos de la noche, los chulos, las floristas,
las calles muertas de la madrugada
y los ascensores de luz amarilla
cuando llegas, borracho,
y te paras a verte en el espejo
la cara destruida,
con ojos todavía violentos
que no quieres cerrar. Y si te increpo,
te ríes, me recuerdas el pasado
y dices que envejezco.

Podría recordarte que ya no tienes gracia.
Que tu estilo casual y que tu desenfado
resultan truculentos
cuando se tienen más de treinta años,
y que tu encantadora
sonrisa de muchacho soñoliento
—seguro de gustar— es un resto penoso,
un intento patético.
Mientras que tú me miras con tus ojos
de verdadero huérfano, y me lloras
y me prometes ya no hacerlo.

Si no fueses tan puta!
Y si yo supiese, hace ya tiempo,
que tú eres fuerte cuando yo soy débil
y que eres débil cuando me enfurezco...
De tus regresos guardo una impresión confusa
de pánico, de pena y descontento,
y la desesperanza
y la impaciencia y el resentimiento
de volver a sufrir, otra vez más,
la humillación imperdonable
de la excesiva intimidad.

A duras penas te llevaré a la cama,
como quien va al infierno
para dormir contigo.
Muriendo a cada paso de impotencia,
tropezando con muebles
a tientas, cruzaremos el piso
torpemente abrazados, vacilando
de alcohol y de sollozos reprimidos.
Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,
y la más innoble
que es amarse a sí mismo!

Jaime Gil de Biedma: Las personas del verbo

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Junio-Noviembre 2005

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"Qué bien lo hemos pasado, cariño" 

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Terribles son las palabras de los amantes,
aunque estén bañadas de falsa alegría,
cuando llega la desolada hora de la separación.
Fuera la lluvia galopa tercamente
y su eco retumba tras la ventana.
Los poderosos pájaros de la dicha
un breve instante anidaron en sus brazos
y dorados plumajes cubrieron los cabellos
que ahora sudor y hastío sólo guardan.
La estatua que quiso ser eterna
herida de reproches tiembla y cae.
Ya el combate de anhelo ha terminado
y húmedos restos las sábanas acogen.
Hombre y mujer en traje y documento
ceremoniosamente se despiden.
Sus manos por costumbre se enlazan
y banales sonrisas desfiguran sus labios.
Terribles son las palabras de los amantes
cuando llega la desolada hora de la separación.
Esqueletos de amor buscan nuevo refugio
y un jirón de ternura cuelga del viejo y gris perchero.

Juan Luis Panero: Juegos para aplazar la muerte

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2004

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OCASO

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    Era un suspiro lánguido y sonoro

la voz del mar aquella tarde...  El día,

no queriendo morir, con garras de oro

de los acantilados se prendía.

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    Pero su seno el mar alzó potente,

y el sol, al fin, como en soberbio lecho,

 hundió en las olas la dorada frente,

en una brasa cárdena deshecho.

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    Para mi pobre cuerpo dolorido,

para mi triste alma lacerada,

para mi yerto corazón herido,

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    para mi amarga vida fatigada...

¡el mar amado, el mar apetecido,

el mar, el mar, y no pensar en nada!

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Manuel Machado: Ars moriendi

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    Si faltas tú el mundo es una herida

profunda que me llaga y me perfora;

minuto el día y mes de horror la hora

del adiós que me persigue repetida.

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    Hiere el aire y la luz, duele la vida

-dolía siempre, y más me hiere ahora-

ni el viento ni la sal me traen mejora:

oscuro es el vivir, y no hay salida.

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    La Danza es ya mi solo y cruel destino,

bailar, sufrir, caer, morir sin verte,

odiando sin pudor el don divino

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    del nacer y vivir, maldita suerte.

La vida sin tu amor no es un camino.

La muerte no es descanso: solo muerte.

Juan G. Romano

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FEBRERO 2004 

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Ángel González

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Acaso un nombre pueda modificar un cuerpo

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Si te llamaras Elvira,

tu vientre sería aún más terso y con más nácar.

Pero tan sólo el nombre de Mercedes

depositado por mis labios en tu cintura

condensaría la forma de esa espuma indecisa

que recorre tu espalda cuando duermes de bruces.

Respóndeme cuando te diga: Olga,

y verás que en tus pechos un rubor palidece.

El nombre de María te volvería traslúcida.

Guarda silencio si te llamara por tu nombre

que no pronuncio nunca,

porque si entonces respondieses

tus ojos -y los míos- se anegarían en llanto.

Una prueba final;

                              cuando sonríes

te pienso Irene,

y la sonrisa tuya es más que la sonrisa:

amanece sin sombras la alegría del mundo.

¿Y si te llamo como tú te llamas...?

                                                            Entonces

descubriría una verdad:

en el principio no era el verbo.

El nácar y la espuma, 

la palidez rosada,

la transparencia, el llanto, la alegría:

todo estaba ya en ti.

Los nombres que te invento no te crean.

Sólo 

        -a veces

son como luz los nombres...-

                                                  te iluminan

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101+19=120 poemas. Editorial Visor

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MARZO 2004

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PABLO NERUDA:  "UNA CANCIÓN DESESPERADA"

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Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy.

El río anuda al mar su lamento obstinado.

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Abandonado como los muelles en el alba.

Es la hora de partir, oh abandonado!

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Sobre mi corazón llueven frías corolas.

Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos.

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En ti se acumularon las guerras y los vuelos.

De ti alzaron las alas los pájaros del canto.

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Todo te lo tragaste, como la lejanía.

Como el mar, como el tiempo, todo en ti fue naufragio!

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Era la alegre hora del asalto y el beso.

La hora del estupor que ardía como un faro.

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Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego,

turbia embriaguez de amor, todo en ti fue naufragio!

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En la infancia de niebla mi alma alada y herida.

Descubridor perdido, todo en ti fue naufragio.

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Te ceñiste al dolor, te agarraste al deseo.

Te tumbó la tristeza, todo en ti fue naufragio!

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Hice retroceder la muralla de sombra,

anduve más allá del deseo y del acto.

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Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí,

a ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto.

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Como un vaso albergaste la infinita ternura,

y el infinito olvido te trizó como a un vaso.

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Era la negra, negra soledad de las islas,

y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos.

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Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta.

Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro.

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Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme

en la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos!

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Mi deseo de ti fue el más terrible y corto,

el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido.

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Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas,

aún los racimos arden picoteados de pájaros.

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Oh la boca mordida, oh los besados miembros,

oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados.

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Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo

en que nos anudamos y nos desesperamos.

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Y la ternura, leve como el agua y la harina.

Y la palabra apenas comenzada en los labios.

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Ese fue mi destino y en él viajó mi anhelo,

y en él cayó mi anhelo, todo en ti fue naufragio!

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Oh, sentina de escombros, en ti todo caía,

qué dolor no exprimiste, qué olas no te ahogaron!

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De tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste.

De pie como un marino en la proa de un barco.

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Aún floreciste en cantos, aún rompiste en corrientes

Oh sentina de escombros, pozo abierto y amargo.

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Pálido buzo ciego, desventurado hondero,

descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!

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Es la hora de partir, la dura y fría hora

que la noche sujeta a todo horario.

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El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa.

Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros.

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Abandonado como los muelles en el alba.

Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos.

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Ah más allá de todo. Ah más allá de todo.

Es la hora de partir. Oh abandonado!

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ABRIL 2004

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Claudio Rodríguez: "Ajeno"

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A nuestro juicio, un gran poema de un magnífico poeta. Difícil es encontrar versos tan buenos como el  que da comienzo al texto. Y más difícil aún que el resto del poema no se quede atrás.

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 Largo se le hace el día a quien no ama

y él lo sabe. Y él oye ese tañido

corto y duro del cuerpo, su cascada

canción, siempre sonando a lejanía.

Cierra su puerta y queda bien cerrada;

sale y, por un momento, sus rodillas

se le van hacia el suelo. Pero el alba,

con peligrosa generosidad,

le refresca y le yergue. Está muy clara

su calle, y la pasea con pie oscuro,

y cojea en seguida porque anda

sólo con su fatiga. Y dice aire:

palabras muertas con su boca viva.

Prisionero por no querer, abraza

su propia soledad. Y está seguro,

más seguro que nadie porque nada

poseerá; y él bien sabe que nunca

vivirá aquí, en la tierra. A quien no ama,

¿cómo podemos conocer o cómo

perdonar? Día largo y aún más larga

la noche. Mentirá al sacar la llave.

Entrará. Y nunca habitará su casa.

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                         Alianza y condena, 1965.

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MAYO 2004

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Luis Cernuda: Los placeres prohibidos

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Si el hombre pudiera decir lo que ama,

si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo,

como una nube en la luz;

si como muros que se derrumban,

para saludar la verdad erguida en medio,

pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor,

la verdad de sí mismo,

que no se llama gloria, fortuna o ambición,

sino amor o deseo,

yo sería aquel que imaginaba;

aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos

proclama ante los hombres la verdad ignorada,

la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien

cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;

alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina,

por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,

y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu

como leños perdidos que el mar anega o levanta

libremente, con la libertad del amor,

la única libertad que me exalta,

la única libertad por que muero.

Tú justificas mi existencia:

Si no te conozco, no he vivido;

si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.


 

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Junio 2004

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Felipe Benítez Reyes: Equipaje abierto: "Estela en itálica"

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Estela en itálica

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Valoramos la vida por encima del mármol,

de los hondos tesoros y abalorios.

Apostamos muy fuerte por la vida.

Desdeñamos el cetro del poder, que esclavizaba,

y el oro temeroso del avaro.

"Vale más el amor de una muchacha

que todos los imperios de la tierra."

Eso dijimos.

Hoy las piedras enfermas sobreviven,

puestas al duro sol como reliquias,

y crece el amarillo jaramago.

Nuestra vida valía

aún menos que las piedras.

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JULIO - AGOSTO - SEPTIEMBRE 2004

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Carlos Edmundo de Ory

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LOS AMANTES

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Como estatuas de lluvia con los nervios azules

Secretos en sus leyes de llaves que abren túneles

Sucios de fuego y de cansancio reyes

Han guardado sus gritos ya no más

Cada uno en el otro engacelados

De noches tiernas en atroz gimnasio

Viven actos de baile horizontal

No caminan de noche ya no más

Se rigen de deseo y no se hablan

Y no se escriben cartas nada dicen

juntos se alejan y huyen juntos juntos

Ojos y pies dos cuerpos negros llagan

Fosforescentes olas animales

Se ponen a dormir y ya no más

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 Carlos Edmundo de Ory, Poesía 1945-1969, 1970


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Octubre 2004

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Luis García Montero

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  Como el primer cigarro

los primeros abrazos. Tú tenías

una pequeña estrella de papel

brillante sobre el pómulo

y ocupabas la escena marginal

donde las fiestas juntan la soledad, la música

o el deseo apacible de un regreso en común,

como siempre más tarde.

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   Y no la oscuridad, sino esas horas

que convierten las calles en decorados públicos

para el privado amor,

atravesaron juntas

nuestras posibles sombras fugitivas,

con los cuellos alzados y fumando.

Siluetas con voz,

sombras en las que fue tomando cuerpo

esa historia que hoy somos de verdad,

una vez apostada la paz del corazón.

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    Aunque también se hicieron

los muebles a nosotros.

Frente a aquella ventana -que no cerraba bien-,

en una habitación parecida a la nuestra,

con libros y con cuerpos parecidos,

estuvimos amándonos

bajo el primer bostezo de la ciudad, su aviso,

su arrogante protesta. Yo tenía

una pequeña estrella de papel

brillando sobre el labio.

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Luis García Montero, Diario cómplice, 1987

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Noviembre 2004
 

José Julio Cabanillas

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Ulises

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Nada debo.

Tras de mi puerta una mujer, dos hijos,

cada vez más recuerdos.

Con fría claridad me devuelve el espejo

un rostro que ya empieza a no ser joven.

Al menos he labrado con trabajo constante

mi fortuna y mi nombre: nada, nadie.

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José Julio Cabanillas: Palabras de demora, 1993

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Diciembre 2004

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José Hierro

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Villancico en Central Park

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Vistió la noche, copo a copo,

pluma a pluma,

lo que fue llama y oro,

cota de malla del guerrero otoño

y ahora es reino de la blancura.

¿Qué hago yo, profanando, pisando

tan fragilísimo plumaje?

Y arranco con mis manos

un puñado, un pichón de nieve,

y con amor, y con delicadeza y con ternura

lo acaricio, lo acuno, lo protejo.

Para que no llore de frío.

José Hierro: Cuaderno de Nueva York, 1999

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Enero/Junio 2002

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José Hierro

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El siguiente poema, perteneciente a Agenda, penúltimo libro de José Hierro, es un homenaje a Lope de Vega. Para los que desconozcan ciertos pormenores de la vida de Lope, el poema necesita una presentación:

En efecto, Lope de Vega vivió su última gran historia amorosa con Marta de Nevares. La conoció ya entrado en la cincuentena; ella contaba 26 años. Él era sacerdote; ella estaba casada desde los trece años por imposición familiar. Nada de esto impidió una fuerte pasión amorosa. Hacia 1628 Marta queda ciega y enloquece. Hasta su muerte, cuatro años más tarde, Lope se dedica a cuidarla, como había hecho ya mucho antes con su segunda esposa, Juana de Guardo.


José Hierro se adentra con maestría en el Lope anciano, sacerdote contradictorio y amoroso cuidado de su último amor. Se trata de un poema in crescendo con un memorable final.

LOPE. LA NOCHE. MARTA

He abierto la ventana. Entra sin hacer ruido

(afuera deja sus constelaciones).

"Buenas noches, Noche".

Pasa las páginas de sombra

en las que todo está ya escrito.

Viene a pedirme cuentas.

"Salí al rayar el alba —digo—.

Lamía el sol las paredes leprosas.

Olía a vino, a miel, a jara"

(Deslumbrada por tanta claridad

ha entornado los ojos).

La llevan mis palabras por calles, ascuas, no lo sé:

oye la plata de las campanadas.

Ante la puerta de la iglesia

me callo, me detengo —entraría conmigo

si yo no me callase, si no me detuviera—;

yo sé bien lo que quiere la Noche;

lo de todas las noches;

si no, por qué habría venido.

 

Ya mi memoria no es lo que era. En la misa del alba

no dije Agnus Dei qui tollis peccata mundi,

sino que dije Marta Dei (ella es también cordero de Dios

que quita mis pecados del mundo).

La Noche no podría comprenderlo,

y qué decirle, y cómo, para que lo entendiese.

 

No me pregunta nada la Noche,

no me pregunta nada.

Ella lo sabe todo

antes que yo lo diga, antes que yo lo sepa. 

Ella ha oído esos versos

que se escupen de boca en boca, versos

de un malaleche del Andalucía

—al que otro malaleche de solar montañés

llamara “capellán del rey de bastos”—

en los que se hace mofa de mí y de Marta,

amor mío, resumen de todos mis amores:

            Dicho me han por una carta

            que es tu cómica persona

            sobre los manteles, mona

            y entre las sábanas, Marta.

qué sabrá ese tahúr, ese amargado

lo que es amor.

 

La Noche trae entre los pliegues de su toga

un polvillo de música, como el del ala de la mariposa. 

Una música hilada en la vihuela

del maestro del danzar, nuestro vecino.

En la cocina la estará escuchando Marta;

danzará, mientras barre el suelo que no ve,

manchado de ceniza, de aroma, de trigo candeal,

de jazmines, de estrellas, de papeles rompidos. 

Danza y barre Marta.


  Pido a la Noche que se vaya.  Hasta mañana, Noche.

Déjame que descanse. Cuando amanezca regaré el jardín,

saldré después a decir misa

—Deus meus, Deus meus, quare tristis est anima mea—

luego volveré a casa, terminaré una epístola en tercetos,

escribiré unas hojas

de la comedia que encargaron unos representantes. 

Que las cosas no marchan bien en el teatro,

y uno no puede dormirse en los laureles.

Hasta mañana, Noche.

Tengo que dar la cena a Marta,

asearla, peinarla (ella no vive ya en el mundo nuestro),

cuidar que no alborote mis papeles,

que no apuñale las paredes con mis plumas

—mis bien cortadas plumas—,

tengo que confesarla. “Padre, vivo en pecado”

(no sabe que el pecado es de los dos),

y dirá luego: “Lope, quiero morirme”

(y qué sucedería si yo muriese antes que ella).

Ego te absolvo.

Y luego, sosegada, le contaré, para dormirla,

aventuras de olas, de galeones, de arcabuces, de rumbos marinos,

de lugares vividos y soñados: de lo que fue

y que no fue y que pudo ser mi vida.

 

Abre tus ojos verdes, Marta, que quiero oír el mar.

 

José Hierro: Agenda, 1991

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Julio-noviembre 2002

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Juan Carlos Mestre

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ELOGIO DE LA PALABRA

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Esta palabra no ha sido pronunciada contra los dioses, esta palabra y la sombra de esta palabra han sido pronunciadas ante el vacío, para una multitud que no existe.

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Cuando la muerte acabe, la raíz de esta palabra y la hoja de esta palabra arderán en un bosque que otro fuego consume.

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Lo que fue amado como cuerpo, lo escrito en la docilidad del árbol único, será consolación en un paisaje lejano.

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Como la inmóvil mirada del pájaro ante la ballesta, así la palabra y la sombra de esa palabra aguardan su permanencia más allá de la revelación de la muerte.

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Sólo el aire, únicamente lo que del aire al aire mismo trasmitimos como testamento de lo nombrado, permanecerá de nosotros.

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La luz, la materia de esta palabra y el ruido de la sombra de esta palabra.

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Juan Carlos Mestre: La poesía ha caído en desgracia, Visor, 1992. Premio "Jaime Gil de Biedma" 

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Diciembre de 2002

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Octavio Paz

CUERPO A LA VISTA

 

···· Y las sombras se abrieron otra vez y mostraron un cuerpo:

tu pelo, otoño espeso, caída de agua solar,

tu boca y la blanca disciplina de sus dientes caníbales, prisioneros en llamas,

tu piel de pan apenas dorado y tus ojos de azúcar quemada,

sitios en donde el tiempo no transcurre,

valles que sólo mis labios conocen,

desfiladero de la luna que asciende a tu garganta entre tus senos,

cascada petrificada de la nuca, alta meseta de tu vientre,

playa sin fin de tu costado.

···· Tus ojos son los ojos fijos del tigre

y un minuto después son los ojos húmedos del perro.

···· Siempre hay abejas en tu pelo.

···· Tu espalda fluye tranquila bajo mis ojos

como la espalda del río a la luz del incendio.

···· Aguas dormidas golpean día y noche tu cintura de arcilla

y en tus costas, inmensas como los arenales de la luna,

el viento sopla por mi boca y su largo quejido cubre con sus dos alas grises

la noche de los cuerpos,

como la sombra del águila la soledad del páramo.····

Las uñas de los dedos de tus pies están hechas del cristal del verano.

···· Entre tus piernas hay un pozo de agua dormida,

bahía donde el mar de noche se aquieta, negro caballo de espuma,

cueva al pie de la montaña que esconde un tesoro,

boca del horno donde se hacen las hostias,

sonrientes labios entreabiertos y atroces,

nupcias de la luz y la sombra, de lo visible y lo invisible

(allí espera la carne su resurrección y el día de la vida perdurable).

···· Patria de sangre,

única tierra que conozco y me conoce,

única patria en la que creo,

única puerta al infinito.

 

            Octavio Paz: Semillas para un himno en Antología de la poesía amorosa. Vicens Vives, Barcelona, 1995.